Rafael Coronel en el Palacio de Bellas Artes

Si bien toda exposición es en cierta medida un homenaje, ésta lo es de manera más evidente. Rafael Coronel, para quien no lo conozca es pintor,  zacatecano, estuvo casado con Ruth, la hija de Diego Rivera y Lupe Marín y trabajó durante años en el taller de su suegro, pinta mucho y lo hace con un dominio sorprendente de la técnica, es un maestro del dibujo y del uso del color, su obra es de las mejor cotizadas en el mercado, hace más de veinte años se creó en su ciudad natal un museo que lleva su nombre y que él llena de piezas de su interés que compra sin miramientos, organizaba fiestas locas en su juventud y ahora vive en Cuernavaca donde sigue pintando.

Tal Vez en París

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El Viernes a las 7pm en el Centro Cultural de la Diversidad, en la calle de Colima, en la Colonia Roma, acudimos a la representación de la obra “Tal Vez en París”. Fuimos a echarle un ojo a la obra y de paso a conocer el foro, que resultó ser un lugar que vale la pena visitar por la oferta cultural.

Esta obra, escrita y dirigida por Javier Nieto,  va a gustarle a los que fantasean con las posibilidades de un reencuentro amoroso, a quienes esperan que la vida los sorprenda para bien y reúna con aquellos que aún siguiendo vivos pareciera que están muertos, porque ya no forman parte de nuestra vida.

Una pareja que estuvo casada cinco años y separada desde hace diez, se reencuentra en Paris. Al principio están sorprendidos de encontrarse ahí, tan lejos de México, así que suponen que es el destino el que ha decidido darles una nueva oportunidad.

Después de la sorpresa inicial, unas copas de vino y mucha melancolía comienzan a preguntarse si hicieron lo correcto al separarse. La maldita duda de haber tomado la decisión correcta. El ambiente romántico los embriaga, hay un frenesí de júbilo y hacen planes para pasar el resto de su vida juntos, aprovechando la “oportunidad” que les da la vida, olvidándose por completo de lo que han hecho en esos diez años, incluidas nuevas parejas, nuevos juramentos, hijos, cambios de todo tipo, que quedan en segundo plano ante la fantasía de estar juntos como si nada hubiera pasado.

Pero las diferencias comienzan a aparecer casi de inmediato y cada vez son más grandes, hasta ver de frente el espejismo que han construido entre ellos; entienden que jamás podrán estar juntos, porque nunca podrán olvidar, para eso tendrían que volver a nacer.  Las cosas que alguna vez los hicieron estar muy enamorados, ahí siguen, y las cosas por las que se separaron también. Cuando una relación se rompe, ni unos cuantos momentos de fantasía y romance en París podrán pegarlos otra vez. Al final gana la realidad, y no la fantasía: deciden pasar la noche juntos y decirse adiós para siempre, a menos que vuelvan a coincidir en París.

Me pareció que la obra está bien escrita y muestra la idiosincrasia de las parejas mexicanas, como el inevitable cobro de facturas sentimentales y el sarcasmo de volver a puntualizarlas a la menor provocación, además de la curiosidad por saber qué ha hecho aquel   o aquella con quien alguna vez fuimos tan cercanos, qué ha sido de su vida sin ti… .

Vale la pena darse la vuelta para disfrutar de la puesta en escena; más de uno seguramente se va a identificar con la  historia de una pareja que anhela la felicidad, pero sabe que es imposible, bueno, "Tal vez en Paris".

 

Sábado en el centro

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Acordamos llegar en metro. Es la mejor manera de entrar o salir del centro –léase primer cuadro del Distrito Federal. El plan original incluía la visita a dos museos, unas chelas, un recorrido por las callecitas plagadas de ofertas, maravillarnos en la Catedral y ver (a lo mejor hasta cruzar caminando) el Zócalo. En teoría todo eso es posible en un recorrido de varias horas en  el centro. Pero el centro nunca se limita a darte lo que buscas, el centro siempre te sorprende, te defrauda, te anima, te harta, te agota y te carga de energía. O sea, el centro es un caos en el que ningún plan tiene derecho a funcionar, porque en el centro pasan cosas cósmicas que nos alteran a todos, más en sábado.

Después de un largo recorrido incluidas 8 estaciones del metro, más un trasbordo, iniciamos el recorrido en el Palacio de Bellas Artes que encontramos lleno fuera, es decir, en su plaza, y vacío dentro, cosa que en lugar de funcionar como una invitación a recorrer sus tranquilas salas, fue una patada que nos lanzo al sol y a la muchedumbre ¿por qué? no lo sé, pero si ya estas en el centro, lo que te llama son las masas, la tribu. Caminamos hasta el museo de San Ildefonso. ¿Queríamos gente? Pues ahí teníamos a montones. Con todo y todo, no tardamos más de 30 minutos en cruzar la taquilla, previo pago de 45 pesotes. La exposición principal: Ron Mueck, escultor hiperrealista, australiano, divertido.


Lo interesante de ir a una exposición en sábado o domingo al centro es el doble espectáculo que te brinda por un lado la exposición y por el otro los visitantes. Los estudiantes tomando notas absurdas para comprobar sus asistencia, ya son un clásico, pero en esta exposición, me imagino que por el tipo de obras que se presentan, también había muchas familias que se habían tomado aquello como una visita al museo del horror. Por que sí, lo que hay es carne desprovista a propósito de deseo, carne fría inconciente de su propia flacidez, la desnudez de la vida cotidiana y el vértigo del juego de escalas.  Para ver cada pieza había que hacer fila y los comentarios iban desde el “mírale las uñitas”, pasando por el “fúchila de pollo”. Uno puede hacer todo tipo de interpretaciones y reflexiones en torno a la obra de Ron Mueck, eso me pareció extremadamente divertido, porque se trata de piezas de un realismo sorprendente, y porque además son absurdas, críticas, cómicas e incluso perversas. Así que dependiendo del grado de cinismo y desde luego de las ganas de deconstruir e interpretar, los visitantes pueden encontrar una exposición de piezas admirablemente bien hechas, experimentar un salto cuántico al presenciar figuras que trastocan la escala de nuestra existencia, confrontarnos con la dureza al ver un cuerpo desnudo despojado de sensualidad, brutalmente real, vulnerable y reconocible o tomar un montón de fotos simpáticas. Por todo eso, por la facilidad con la que la obra se deja apreciar y por los múltiples niveles de interpretación que permite, les aseguramos una visita cotorrona.

Apenas saliendo del museo, el cochino pecado se nos hizo presente en dos opciones: a) vasito de plástico escarchado con sal y limón, hielo en trozo y agua mineral, todo adornado con una rodaja de limón. El puesto, un carrito del supermercado adaptado. Opción b) canasta sobre huacal con papa, chicharrón y churritos, todos fritos aderezados con jugo de limón, sal y chile. Optamos por la alternativa b) + chelas.

Beber en el centro es asunto mayor y delicado, cosa de expertos, cosa de gente de pantalón largo, hay tantos lugares para hacerlo como estados de ánimo se le ocurran a la humanidad. Nosotras queríamos terraza, nada más, de preferencia algo medio impersonal, con vista al mero centro: la terraza del Centro Cultural de España. Terminamos las chelas a las 6:30 p.m. y ni siquiera habíamos completado la mitad de nuestro planeado recorrido. Al rodear Templo Mayor para llegar al Zócalo nos topamos con los concheros y sanadores, obvio tuvimos que hacernos una limpia (restriego de hierbas de olor y  sahumerio de copal); de entre todos los sanadores vestidos autóctonamente, para limpiarnos escogimos al más ruquito, bueno al más correoso, no estamos seguras de que fuera el más viejo, personalmente creo que solamente era el corrido con menos aceite, ya de cerca y viéndolo chimuelo asumí que además al copal, parecía adicto a otros vapores. Nuestro campo energético quedó rechinando de limpio por la  módica cantidad de cinco pesitos.

Ya en el zócalo nos colocamos en segunda fila para ver la ceremonia cívico-militar de bajar la bandera. El hecho nos hizo recordar momentos estúpidos de la Primaria como cuando una de nosotras (misterio) estaba en la escolta de la escuela y todos eran tan malos para marchar que siempre terminaban atropellando a los niños formados. La amenaza de lluvia nos hizo descender al inframundo del metro y abandonar El Centro. Como despedida, el corazón de la ciudad nos regaló la visión de limusinas rosas con media docena de hermosísimas quinceañeras, que la verdad parecían perritos chihuahua disfrazados de princesas.

 

Tzompantli Gráfico

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Ayer lo anunciamos y estuvimos presentes en la inauguración de “Tzompantli Gráfico”, un proyecto conjunto de Vértigo Galería y 1000Changos.

El lugar estuvo lleno y con muy buena vibra porque además de la inauguración de esta y de la exposición “El último grito”, era el segundo aniversario de Vértigo Galería. El Dr. Alderete, Clarisa Moura y el resto de su equipo fueron como siempre los anfitriones más amables de los alrededores.

Tzompantli Gráfico convocó a artistas mexicanos e internacionales, cada uno de los cuales recibió una silueta en forma de cráneo que debía intervenir para la conformación de un Tzompatli contemporáneo.

El Tzompantli es la estructura hecha de cráneos humanos que construían las culturas prehispánicas como altares para venerar a los dioses: conformada por cráneos de sacrificios humanos, bajo aquella cosmovisión era otro de los instrumentos sagrados que preservaban el orden del universo. Los artistas convocados debieron reinterpretar este concepto. En ésta época de muertos (en todo sentido) la exposición nos muestra los nuevos rostros de la vieja conocida ausencia de vida, además de ser una invitación a la reflexión del sentido que ha tomado el sacrificio en nuestros días, al menos en términos gráficos. Hubo agüita de jamaica, tequila y buena selección musical que calentaron bastante el ambiente de la lluviosa noche de ayer. Vale la pena darse una vuelta por Vértigo.

Tzompantli gráfico tiene una segunda fase que será inaugurada el 27 de octubre en el Museo Nacional de Culturas Populares.

Mayores informes www.vertigogaleria.com

Galería de fotos aquí.

 

Museo Soumaya

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TENEMOS VISITAS. Ha venido una amiga desde el  Sur del mundo.

Hay que llevarla a un buen lugar para impactarla. Primero la cultura. Lógicamente, luego vendrán los chiles, los tequilas y el mariachi.

Vamos con ella al Museo del pueblo, Al famosísimo Soumaya, al lado del Costco, con vista a Polanco.

A mi amiga le impresiona  el edificio, le parece más bien un laboratorio nuclear, un búnker antiterrorismo. Pero aun así entramos y comenzamos la visita.

Desde arriba hacia abajo, y no al revés….en este lugar el orden es importante.

Buenas esculturas, imponentes piezas europeas de mármol, bronce y aleaciones en metal.

Rodin y Dalí son las estrellas, acompañados de los románticos pensamientos de Boudelaire.

No falta la pintura impresionista de fines del siglo XIX y principios del XX. Los Renoir,  Pisarro, y Van Gogh  parecen auténticos, aunque es difícil saberlo cuando uno es observador  de la belleza y no experto.

Mi amiga está encantada con los retratos decimonónicos. Son tan severos, tan puros los trazos, y tan esquivos a la emoción, que acongoja pensar en los pecados que se ocultan tras esas miradas carentes de picardía, humor y calidez.

Poco amable el Museo del Pueblo. Es de verdad un búnker mal ventilado, un caracol que baja por una cuesta empinada y donde te puedes caer si no le atinas a la pendiente, demasiado inclinada para gente mayor o con dificultad para caminar.

Seguimos cuesta abajo en la rodada y llegamos a la pintura religiosa. Allí se dividen las opiniones, a mí siempre me ha gustado el arte religioso, debe ser una forma de no estar tan lejos de lo divino ya que no practico ni me inquietan las religiones.

A mi amiga le parece espantosa, porque la verdad es bien amenazante esta expresión estética, no se puede negar el miedo que te infunden ciertas pinturas y hasta ganas de confesarse dan, antes que sea muy tarde. Allí está un excelso cuadro del Greco, con un San Pedro, de veras arrepentido.

Luego más abajo, viene un crisol curioso y hasta ingenuo. Pareciera que murió una viejita rica y legó toda su casa al museo.  Así es como de pronto te encuentras con muebles, fonógrafos, nichos con objetos religiosos, cuadritos diversos,  y hasta una gran colección de numismática que alguna esposa desesperada donó antes de matar a su obsesivo marido.

Curioso lugar este Museo del Pueblo. ¿Qué dirán de él los estetas más puristas, esos curadores europeos que seleccionan hasta el público que puede visitar sus exposiciones?.......

En todo caso, los Domingo por las mañanas, está muy concurrido, y luego, cuando terminas la visita, gratis por cierto, puedes dar unos pocos pasos y pasar al verdadero Museo del sector, la tienda departamental que está detrás del búnker.

Ese  es otro gran museo donde todos miran con interés la piezas expuestas,  los maniquíes se mezclan con vendedores de verdad, en una comedia del absurdo, en la cual nadie compra porque estamos en un país donde todavía hay 55 millones de pobres, y en este lugar, un vestido pueda costar lo mismo que un coche usado.

¡ah!, un último dato importante. Ambos museos son del mismo dueño!.

¡No dejen de visitarlos!

Firma: Una aficionada encantada.